lunes, 29 de junio de 2020

Tu desayuno

Me gusta soñarte y pensar que de alguna manera te tengo cerca, a veces, hasta creo olerte, huele a madera, a especias, a calor, pero cuando despierto, no queda nada, ni siquiera el recuerdo.

Entonces, vuelvo a cerrar los ojos, y esta vez te sueño despierta. Te imagino desayunando en cualquier rincón de Madrid, sí, en Madrid, ¿Por qué no? Pero yo no estoy sentada contigo, te observo desde la mesa de enfrente, y ni el bullicio de la calle me despista. 

Apoyo los codos en la mesa, y mi cabeza sobre las manos. Me gusta mirarte pensando que no me ves, con qué mimo untas las tostadas hasta no quedar un trozo de pan sin mermelada, en su más iluso equilibrio con la mantequilla.

Luego, un sorbo a una taza de café inmensa, que despertaría al más insomne, con el azúcar necesaria para evitar el exceso de amargor, lo justamente dulce para no parecer un caramelo. 

Y ahora te ríes, no sé por qué, ni de qué, ¿qué más da?
Pero esa risa (suspiro), tus ojos desaparecen, se cierran,
porque los pómulos están tan arriba que solamente les queda una rayita de luz. Tus labios se han estirado tanto que se han quedado en dos finas líneas curvas, enseñando esos dientes, imperfectos de ortodoncia, y esa pequeña arruga que te sale en la nariz. 

Y así, vuelvo a dejarme dormir. Sin ser capaz siquiera  de pedirte fuego para encenderme un cigarro. Con eso me conformo, con leer tu cuerpo en mi imaginación.

                                                               RJP

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