Un lugar que huele a eucaliptos, tan altos que parecen rascacielos,
Donde los despertares son frescos, da igual a época del año,
y sólo se escuchan los pájaros, esos que enmudecen en la ciudad.
Donde mejor sabe un puchero, hecho con agua de manantiales,
Que aún hay que ir a la fuente a por ella.
Los paseos suenan a hojas secas,
que están tan rígidas que parece que pisara sobre cristales.
Y si me sigo adentrando... y respiro hondo...
Huele a mineral, y al recuerdo de aquellos hombres trabajando en el subsuelo.
La luz pinta sobre la tierra colores de azufre, cobre y pirita,
Y cuando el sol se va, se ve la manta de estrellas que arropa al paisaje.
El acento de sus gentes, que se dejan caer, a veces, en la primera sílaba y otras en la última,
Parece que cantaran.
Y, si cierro los ojos,
Me veo corriendo y jugando con Isabel, Águeda, Rocío y Ángela,
Cogiendo renacuajos o habitando una casa medio derrumbada por el paso del tiempo,
Paseando y saludando con el típico ¨¡vamos!¨,
porque allí no se dice ni hola ni adiós.
Hoy, cuando vuelvo, lo primero que hago es sonreír y sentirme afortunada.
RJP
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